lunes, 21 de julio de 2008

LA HORA DE LOS PORCHES EN LA ISLA




"Hay momentos en que la huida parece la única solución. Marta no se mueve. Sebastian se vuelve y ve venir por la arena a la Condesa Descalza, con el abanico, el baston de ácana y el aire de reina en el exilio. Vivimos en una Isla, chérie, no debes espantarte, después de todo, ¿qué es una Isla?, ¿has leído el diccionario? La Condesa clava el bastón el la arena, se sienta junto a ellos. Como es hábito, tiene cara de burla. Según el Diccionario de la Academia, isla es 'porción de tierra rodeada enteramente de agua', ¡definición concisa, qué tono aséptico, qué precisión lingüística!, no puede ser tan simple, ¿verdad?, para el habitante de las islas se trata de algo profundo y patético. La condesa extiende el abanico sobre la arena y recorre su contorno con el dedo. La frase del diccionario utiliza palabras que nos llenan de pavor: 'porción', quiere decir algo menguado, algo breve, una cantidad arrebatada a otra mayor; 'rodeada', participio de un verbo de connotaciones guerreras, de resonancias carcelarias; 'enteramente', observen cómo la frase adverbial evoca la imposibilidad de escapatoria: el agua, símbolo del origen y la vida, lo es también de la muerte. Hace na pausa para suspirar y acariciar la cabeza de Sebastián. El diluvio ¿no fue castigo de Dios? Ríe brevemente. Hay que vivir en una isla, sí, es preciso despertar cada mañana, ver el mar, el muro del mar, el horizonte como amenaza y lugar de promisión para saber lo que es."


TUYO ES EL REINO, Abilio Estévez, Ed. Tusquets (Colección andanzas)


Sí, estamos en Cuba. Mejor, estuve. Sí, y concretamente la foto pertenece a Soledad Carrizo Morales, trabajadora en el taller de taxidermia de Puerto Esperanza. Puerto Esperanza: cualquiera que haya estado allí se dará cuenta de lo irónico del nombre. Acogía ese lugar no sólo una soledad de las más aplastantes sino la imposibilidad de salirse de la misma. Y allí estaba ese taller cuyo administrador, Gabriel González Pastor, estaba convencido de la hermandad de los pueblos y de la bendición de la revolución. Fue en 2001 cuando allí fotografié a Soledad. Tenía delante una mosquitera, lo que provoca cierta bruma a la foto. Trabajaba con ese material que adjunto a su fotografía: tejido de guano cana sacado de una especie de palma marítima con el que confeccionar sombreros. Una foto de la que ella jamás ha dado cuenta y de la que jamás supo y que, siempre que la miro, me produce tanta tranquilidad como desasosiego. Las mujeres que trabajaban allí estaban alegres, o alegres se me mostraron. Pero yo miraba alrededor y no veía nada, o sí, veía mar, un mar parado y nadie andaba por allí. Era una hora calurosa, la hora de los porches.



Buen verano y no olviden sus sombreros.

martes, 15 de julio de 2008

ROSTRO ENROSCADO


¿Qué puede pertenecer a mi rostro,
cada año anotando las esquelas de mis hojas,
cada año en ese paseo donde el hielo,
el aire, la lluvia y el sol fermentan,
qué puede pertenecer a mi rostro,
el espejo de las manos múltiples
que tambien viajaron conmigo, la poda,
el arado, los sones de los vasos,
qué puede pertenecer a mi rostro,
aseado por la savia que se arranca
sola, en un milagro de voces y gritos
sedimentadas para camuflarme,
qué puede pertenecer a mi rostro,
tras tantos años encogidos aquí
en esto que se circula como danza del tiempo?



jueves, 3 de julio de 2008

TIEMPO Y PLÁTICA





"-Me parece que usted me preguntó cuántos años estuve en Luvina, ¿verdad...?La verdad es que no lo sé. Perdí la noción del tiempo desde que las fiebres me lo enrevesaron; pero debió haber sido una eternidad...Y es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonándose los años.Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Sólamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza.
>>Usted ha de pensar que le estoy dando vueltas a una misma idea. Y así es, sí señor...Estar sentado en el umbral de la puerta, mirando la salida y la puesta de sol, subiendo y bajando la cabeza, hasta que acaban aflojándose los resortes y entonces todo se queda quieto, sin tiempo, como si se viviera siempre en la eternidad. Eso hacen aquí los viejos."

Luvina, El llano en llamas, JUAN RULFO.

Las manos que aparecen son manos de tierra. Rajadas igual que una tierra reseca y cuarteada. Vi manos, pero nunca unas tan miméticas con la tierra. Estamos en una zona donde la tierra es fértil si hay agua, si no la hay, ni la milpa encaña, aunque como muy bien dice Augusto Arturo García la tierra de aquí es delgada, que con poco agua se moja y puro se encañan los cultivos. El pueblo en el que mi amigo Antonio y yo atravesamos para dar con este hombre y su plática fue Santa Cruz Papalutla. Pueblo de adobe y calles llenas de arena fina. Pueblo de los que Juan Rulfo hubiera sacado el mismo jugo, como lo hizo con los de Jalisco. El nuestro está a unos 30 kilómetros de Oaxaca.
Augusto volvía al pueblo con dos o tres mazorcas de rebusca y su machete. 'Siempre puede haber un colorín (serpierte extremadamente venenosa) cerca y ni te enteras. Son serpientes que desparecen rápidamente y que les gusntan mucho las arrieras (hormigas).' Desparecen, una palabra a la que le ha desaparecido la a, pero es la auténtica para Arturo. Dio para una plática remansada el encuentro con Arturo. Nos preguntó que de dónde éramos. De España. '¿Y a cuantos días de avión está éso?', menuda pregunta por lo que uno puede preguntarse a su vez. No sabía ni que existía España, y menos cuánto se podía tardar. Imagino que el se imaginaría destinos larguísimos. ¡Y qué más daba! En un tiempo tan calmo como el suyo el tiempo casi no contaba. '¿Le puedo fotografiar?'Bromeando me contestó, 'Si pudiera irme yo con la foto a su país.'
Allá quedaron esas manos retorcidas, allá quedó Arturo el del tiempo sin tiempo, Arturo al que le encantaba la plática, un Arturo alegre, lleno de color.