lunes, 6 de octubre de 2008

En un lugar llamado desafío






Estamos en un lugar de la mancha, un lugar áspero y silencioso, pero no de gran extensión. Es como una pequeña isla entre viñedos y tierras de regadío. Pero ese lugar tiene el ejemplo de las piedras calizas multiplicadas y a flor de suelo. Desde hace años me siento atraído por esa casa de piedra en la que nadie habita y en la que ovejas se aprovechan de vez en cuando. Casa de piedra piedra, de una encima de otra, sin más miramiento. Un lugar sobre el que no han podido los agricultores, sólo las encinas y los tomillos.
Junto a esa casa estaba ayer leyendo un libro que aún tengo entre manos como algo crucial: 'Mortal y rosa' de Francisco Umbral. El pasaje/paisaje que estaba leyendo en ese momento es el que hace referencia a la solemnidad de los escritores:
'¿Y mi nombre, y mi aura, y lo que he creado en torno de mí? Un nombre de escritor. Todo el que vive confortablemente dentro de su renombre, debe salir al campo, a la naturaleza, y decirlo en voz alta:"Soy escritor, soy importante, soy...". No creo que pueda terminar. Eso no suena nada entre los montes, frente al mar. La gloria no va más allá del término municipal, la perdemos en el campo, de viaje.'
Y mientras éso leía miraba a mi alrededor y me sentía mínimo, nada solemne, sin ser para nada un escritor, aunque ese pasaje vale para cualquiera. El campo, la grandeza de lo natural, abarca tanto que te hace presagiar lo que eres: tránsito. Allí dejé escrito esto:

Desafío podría llamarse este lugar. Sólo piedras y encinas paseando, riscos dice un señor que ha venido a ver qué hacía por aquí, al que le he dicho que me gustaba el lugar por su aspereza, porque nadie ha sido capaz de rentabilizarlo quitándole las piedras. ¿Quién se atreve con ellas? ¿Quién se demanda estando ellas? Haces una casa de piedra y es como si la piedra te hubiera envuelto, no es tu hogar. La casa es otra piedra descolocada, cierta. Es una piedra-casa que imaginamos para devolvernos, al cabo, el entusiasmo de su dominio.