viernes, 27 de febrero de 2009

Me dijiste




Que inmensidade vagante de auga
en gotas tecidas de seda!

Benquerencia(no) mar, Xosé Otero Canto, de su libro 'Arelas de prata e soños'




Ya mar somos, inevitable botadura, me dijiste.

No retrocedas, prefiero ser pecio a que vuelvas a la playa. Mírame, ignora que vienes de la tierra, que nos anticipó. Parte de ti ha de saber de los arpones que disimulan su quietud constantemente. No te fíes, son sólo una apuesta a cuanto emerge. Por eso, todo el aire que puedas y, después, nada hacia adentro. Añade vértigo a tu forma de nadar, seduce a las algas, a las rocas, a todos los peces. Siempre nos servirá su compañía. Pero no vuelvas, la tierra es incierta, jugosa. Además, la sal nos inventa cada día, es nuestro alarde de sabor. Ah, y olvídate de las flores. También me dijiste.


jueves, 26 de febrero de 2009

Sensatez

Antonio Machado me entra como un turbión de cereales, de vida, de mar, de hielo. Antonio Machado rumió tanto campo castellano, tanto olivo como tanto amor. Ahora la urgencia, como la del idioma, siendo ésta más urgente aún que la de la entrada anterior pero posterior en el espacio ciberestático os conduzco un poema en el que la concepción del amor se debería tener en cuenta. A lo mejor los del Opus dirían en su lista: 'Sólo para insensatos':


Huye del triste amor, amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor locura es lo sensato.
Ese que el pecho esquiva al niño ciego
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa prensada, y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.
Y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pedía, sin flor, fruto en la rama.
Con negra llave el aposento frío
de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
y turbio espejo y corazón vacío!

De cómo un idioma revela más el enfado que otros

Esta entrada es urgente, un breve relato sobre el idioma:

Antonio y yo íbamos corriendo como lo solemos hacer muchos días. Tranquilos, hablando, comentando, viendo. Luego nos acabamos acelerando y la vista y el habla quedan relegados al reposo. Le pregunté sobre la reforma que le están haciendo en casa.

Son tres albañiles rumanos, llevan ya dieciocho años en España. ¿Y se nota que son rumanos en el habla? En absoluto, ni te enteras, hablan perfectamente el castellano y, además, entre ellos, también se hablan en nuestro idioma. Eso es lo que me dijeron, Manolo, y yo insistí, ¿pero no habláis nada en rumano entre vosotros? Sí, me dijeron, cuando discutimos.

Esta era la entrada urgente del idioma.

martes, 24 de febrero de 2009

Fluvial



Pero é certo que agarda un mar moi grande,
e hei de ir, hei de ir ao mar que agarda.


Bernardino Graña (Xunta o río, de su poemario PROFECIA DO MAR)




Nuestro rescate será ahora en aluvión:
un descansado depósito fértil
que asume su parada más nítida.
Elevada, fluvial, así supuse
tu más vivo entusiasmo tras la lluvia.

En hierba razonada vas y emerges,
en alta pluviometría del verde.
Es claro que este río nos asume,
nos preserva del avance rápido.
Nuestro mar es ya, por ser inevitables.

domingo, 22 de febrero de 2009

Pianísimo tormentoso




Que te hablé del riesgo de una tormenta,
una tormenta que nos regaría
dentro de ese jardín adoquinado,
que el agua abatiría la locura
que en sangre veníamos derramando
para así hacer el relevo al río.

Sé que me hablaste de ese riesgo veloz,
y de sobra el jardín nos esperaba,
nuestra única oración, el inquietarnos,
el requerir el abismo inmediato.
Llovía, llovía, llovía allí,
pasamos al cauce del Guadalquivir.


jueves, 19 de febrero de 2009

Letter



Vivo en el número siete. La calle es lo que menos importa. La casa esta adosada a la muralla como otras muchas. Ronda de la muralla, siete. Pero de si vivo o no también se podría prescindir porque este es el relato de Letter.

Decidí hace unos cuantos años colocar una canastilla en el suelo que coincidiera con la ranura del buzón. Todas las cartas reposaban en ella después de una caída libre de metro y medio. Las recogía, las leía, las retomaba, las conservaba, las iba destronando de su reinado. Pero si recibía cartas de Ella o no es lo que menos importa porque este es el relato de Letter.

Junto a un buzón de la ciudad me lo encontré, sin certificar, con toda su temperatura a la espera. Lo acaricié y ya su lengua me lamió. Letter, se me ocurrió, así, en inglés. 'Letter', ven. Y vino y nos lacramos. Un podenco entrado en costillas me siguió hasta el siete. Entró nada más abrir la puerta trasera junto al buzón. En el patio lo primero que hizo fue oler las cartas. Había una de Ella. Pero de Ella no voy a hablar no porque no importe sino porque este relato es de Letter.

Letter engordó en siete días dos kilos. Ahora sí saltaba. Decidí que dormiera en la misma canastilla de las cartas. Era lo suficientemente grande para corresponder a Letter y a las cartas. Y como un cartero entrañable, Letter tomó la iniciativa de acercarme las cartas que terminaban sobre su lomo, entre sus piernas. Lo observaba a la hora del cartero: según iban cayendo Letter las redondeaba con su nariz y luego con la delicadeza inusual en un perro de su raza me las traía. Sentado en sus patas traseras esperaba a que yo abriera una a una, y las leyese. Leía y lo miraba a los ojos. Sin duda el tenía la espera como propósito casi como cotilleo. Sobre todo cuando llegaban las cartas de Ella. Pero de Ella no voy a hablar, aunque debería hablar de su piel, porque este relato es de Letter.

Letter supo siempre cuando era su carta. Se excitaba cuando le tocaba el turno. Me lamía las manos mientras iba recorriendo las líneas. No es que supiera leer Letter, o al menos eso creo, pero lo que sí tenía es ese don no ya para oler sino para oler ese epitelio efervescente que parecía desprender el sobre. Pero de su piel no voy a hablar, aunque un bello apunte merecería, porque este relato es de Letter.

Era ver a Letter oler las cartas cuando caían a la canastilla y saber que ya la tenía en los ojos. Y a él lamiéndome después. Y mirándome con sus giros expresivos, con sus ojos contractuales. Y si Ella emocionaba, nos emocionabamos. Si Ella lamentaba, parte del lamento éramos. Pero sí voy hablar de nuestras emociones, las que tuve con Letter, porque ahora son parte de un lamento profundo. Siete años supo de mí.

Mi vecino me contó que una mujer vino y llamó a la puerta. Lo supo por la forma tan reventada de ladrar de Letter; luego, dice, acabó como con gemidos. Y luego que ella abrió la puerta. Que me llamó, que no contesté y que se marchó. Letter también.

Y no hablo más de Letter.





El poeta pide a su amor que le escriba

Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.

El aire es inmortal, la piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.

Pero yo te sufrí, rasgué mis venas,
tigre y paloma sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.

Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.


F.G.L. Sonetos del amor oscuro.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Naturaleza inmensa

Desde esta cornisa
el mar está hoy desigual,
desencajado en su orilla,
virtuoso en su centro. En su fondo,
la línea se mantiene censurada
por la bruma. El mar hoy
está picado de protesta y
su sal es más ligera que nunca.
Hoy el mar es delirio de lava,
marcada por su sed.

El mar no se doma.
Todo lo nutre, a mi mente
que hoy trata de retenerlo en su molde.
El mar esconde también su truco:
la calma. Como la mano
cuando acaricia. La mano
y el mar nos hacen ser uno,
ser sal.

Pero hoy actúa el mar,
fuera de truco. Dice de sí
toda su grandeza, la que
en la mano es imposible.

lunes, 16 de febrero de 2009

Palabras descolgadas en el traqueteo del habla



Sí, Mérida tiene un fantástico acueducto, un teatro y anfiteatro envidiables. Un museo y restos arqueológicos por doquier. Escueto resumen porque me voy corriendo a esa tienda para el que no quiera aburrirse en la cocina. 'Tracamundeau'. Y no es que yo necesitase un exprimidor en mi visita a esa bella ciudad del teatro clásico. No. Como zumo de mi infancia vino una palabra que mi madre usaba continuamente cada vez que enredábamos sobre cualquier cosa a la que, seguro, practicábamos el inminente desorden. 'Iros de aquí que lo tracamundeáis todo.' Entonces yo no sabía ni lo que era un diccionario ni falta que me hacía. Sabía el significado y me bastaba. Ahora, unos treinta y cinco años más tarde, es cuando me he puesto a buscar el verbo. Nada. Lo más cercano es 'tracamundana' que se le parece bastante. Efectivamente, alboroto, trueque de cosas. Interesante eso que hoy he dado en llamar traqueteo de las palabras, como un viejo carro que viajara con muchas y a las que se les descuelga alguna letra, alguna sílaba. No hay prisa, ya se le añadirá lo que falte a esa palabra, que no se trata de una restauración fiel de una fachada. Sé que la infancia te viene de donde menos te lo esperas, desde una magdalena, un trineo o una tienda de electrodomésticos.

sábado, 14 de febrero de 2009

El pastoreo de las palabras a través de Gregorio




Las fotografías del acueducto de Segovia son de finales del año pasado. Muchas veces he tenido a Gregorio presente cuando he pasado por el acueducto, cuando lo he contemplado. Pero son ahora las múltiples grúas las que me han llevado a pensar en lo que escuché de dicho señor de Tarancón, Cuenca.

Año 1996, escribí:

Gregorio, sonrisa helgada y bonachona y setenta y dos años de vida en Tarancón. Es de las personas que renuncian a comprar cordones para las botas mientras existan cuerdas que aprovechar. Así es como lo conocí, con un par de botas traqueteadas, color crema, con dos tipos de cuerdas que las abrochaban -más bién parecía un zurcido. Fue un hombre de servicio toda su vida. Ahora, corpulento y trillado, aún se mostraba animoso en su jubilación a la hora de arar su huerto y su viñeja. Y lo hacía con un mulo al que le tenía unido un pequeño arado de vertedera; o sea, un oasis de vieja fuerza entre tractores y caballos mecánicos.
-Soy de Segovia, le dije tras saludarnos.
Gregorio me confirmó su única visita a mi ciudad donde debió admirarle el acueducto no sólo por su figura y sus múltiples arcos: hubo en él un traspaso de lo propiamente artístico y funcional de la obra de ingeniería. Fue con respecto a la laboriosidad, intervención y desgaste de fuerza a fin de conseguir las moles cuadradas de granito.
-Me imagino a aquellos hombres careando las piedras.

Año 2009, escribo:

Gregorio como hombre de campo probablemente no hubiera utilizado en su hablar diario la palabra 'tallar', 'esculpir', pero seguro que había visto cómo las ovejas transitaban por las hierbas reduciéndolas a milímetros, careando la hierba. Ese acto de traspasar una palabra de una acción a otra es lo que me fascina del lenguaje que utiliza la gente. Ese acudir de la palabra que no hace sino realzar el oído de quien sabe escuchar y, sobre todo, si tiene la escucha y la vista careada por la literatura. Ahora son las grúas las que hacen literatura rápida, perdón, las que levantan los edificios.

Gregorio me dejó otra palabra de ensueño que presentaré y que anticipo, aunque nada de ella dicen los diccionarios y que la volví a escuchar cinco años más tarde en Cuba con el mismo significado: Brujones.

martes, 10 de febrero de 2009

En la naturaleza nada hay superfluo



Averroes, con el título que encabeza esta entrada, me da paso a un tímido encuentro con ese olivo.


Patio de los naranjos

Mezquita, simbiosis de silencio
y alta costura de naranjos,
bosque de columnas en su interior,
en azahar vuela el mármol.
Convivencia late aquí,
donde hubo -hay- rezo secreto,
donde a mí más me yace este olivo,
abierto, casi descompuesto,
con vida plena junto a su fuente.




Esta soleá, menos obsesiva que la otra, es como si fuera su hija. Se notan, desde la entrada en ella, las mismas manos. Manos sutiles que alargan ya más las notas que la confieren. Al final, la soleá se emboca en rapidez, en cambio, pero es lo mismo sólo que en bulería.

sábado, 7 de febrero de 2009

Sé meticuloso



Me quedé mirando el interior de aquel espacio tan vivo. Ya sin ti.
De cuando estuvimos en Córdoba paseando por sus calles, por sus casas color albero. Tú ya la conocías, englobabas sus espacios como una luz insinuante. Me hablaste de allí, ese sencillo patio donde te confundías con el mar, donde los helechos podían asumir el exceso de pasión, donde cada paso, al entrar, sería un velado gemido por venir.

Me viste en el parque de Colón. Allí habíamos quedado. Aludí a las enormes palmeras de ese bello rincón. Tú aludiste a tu isla, como llamabas a ese espacio, rincón, mar retumbante. Me diste la mano que yo tensaba a la vez que te daba la vuelta con un beso. Vamos allá, al espacio acordado, me dijiste. Y fuimos allá. Entonces el invierno estaba madurando, terminaba. Las mimosas eran plenitud, todo pujaba. Llovía y no llevabamos paraguas, yo te rodeaba con mi abrigo. Nada más entrar vi que eras como la dueña de ese lugar. Todo tan sencillo, ocupando el lugar que nos merecíamos. Sé meticuloso, me dijiste levemente, pero no hacía falta esa mención. Sabías que te dedicaría una cadencia como la de la lluvia.

El interior de aquel espacio tan vivo donde ya sin ti.



Esta soleá de Vicente Amigo es la que me inspiró este relato o lo que sea. Su delicadeza es tal que me ha llevado a escucharla de un modo obsesivo, a intentar reponer esos dos toques fuertes y secos que se desmarcan de la suavidad del conjunto. Intentaba asemejar relato y memoria de soleá. Pero sólo era un intento.

viernes, 6 de febrero de 2009

La palabra a través de sus rumbos



Lo que traigo a este espacio no es sino parte de la nostalgia poética acumulada a mediados de los 90 y materializada en unas hojas de lo que di en llamar 'La palabra a través de sus rumbos'. Se que es un material que contiene mucha ingenuidad, pero también mucho impulso y mucha pureza. Ahora uno se plantea, se enrevesa, se pule, se bifurca y, aun así, acaba por no conformarse. Fue una época especialmente dura para el campo la de esos años. E incluso uno de ellos no se segó la cosecha por secarse anticipadamente en febrero. La sierra no cogió nieve, las fuentes apenas corrieron en invierno y los ríos anunciaban ya su languidez.
El inicio del poemario fue un poema dedicado a una zona de la sierra de Guadarrama que llaman la 'Mujer muerta':

Una, dos, tres,
mil, un millón,
son las lágrimas que el luto
no expulsa.


Dividí el poemario en secciones. Una de ellas fue la de 'Naturaleza inmensa'. Este poema ahí pertenecía:

Pienso de qué nos avisa el agua
cuando arremete con su caudal.
O cuando encije su postura
para ser hilo de voz o,
simplemente, nada.

El agua sin reflejos es poder,
es asalto a su doma,
es tierra violada a su quietud.
Es hambre y capricho. También belleza.

Su ausencia es memoria,
es riego de una agonía,
es tierra olvidada,
es huida, es tiempo de espera,
espejismos de reflejos.

¿De qué nos avisa?
De nuestro alarde,
de nuestra soberanía.
Si el agua se encalma,
o se sucede con justeza,
su reflejo nos avisa
de lo escasos que somos.


Y el último poema que muestro lo incluí en una serie titulada 'Recovecos', palabra que me evoca mucho. Lo dediqué a un pinar cercano al pueblo donde me crié:

Todavía se da el bosque al relato de sus sombras,
ése que nos cuenta la destreza del sol
en maniobrar el sentido de los árboles.

No quisiera yo atravesar las sombras secas
de los recintos que se dieron al juego.
Y es que el bosque se multiplica con la luz
y, con ella, en su amable trasiego,
las sombras se redactan.

¿Exijo mucho si pido la infinita lectura
de mi bosque, que sólo en ella,
la amable oscuridad nos descansa?


Ahora estos poemas continuarán por el cauce del descanso.

miércoles, 4 de febrero de 2009

De cómo un adjetivo se desmarca de su rostro




Otra palabra que me ronda. Hagámosla bajar para entregarnos a ella. Lugo es una ciudad en la que me siento cómodo y más desde que cambiaron el nombre de la calle de Carrero Blanco por el de Ronda das Fontiñas, toda ella llena de serbales que, llegado el otoño, nos dan la 'herida' acogedora de sus frutos encarnados. A Lugo, como a cualquier otra ciudad, desde la primera vez que la vi, la transité por todos sus costados, desde los más bellos hasta los menos gratos. De una ciudad se deben conocer éstos últimos. A Sergio, mi gran amigo se lo conté. Oye, Sergio he estado dando una vuelta por la muralla y hay muchas zonas derrumbadas, pero sobre una he tenido especial atención. Se trataba de la confluencia de las calles de Falcón, Tinería y Miño. Calles húmedas, donde nombres como 'Pulpería' veía por primera vez, para vender ultramarinos en su día. También había mujeres que entregaban su dosis desgastada de brillo y mundo a cambio de mil duros. No se te ocurra ir por allí que es un barrio muy demacrado, me dijo Sergio. Esta es la palabra, demacrado, que ahora entrego.

Pienso muchas veces en la circulación de los adjetivos y los adverbios. Salen henchidos de poética certidumbre. Cuando ocurre, me llenan como un buen texto, como un buen relato. El puzle de las palabras es tan inquieto como generoso. Para juntar palabras pienso que hay que ser atrevido y nada afectado. La buena literatura se nutre de dicho atrevimiento, pero lo asombroso es cuando ocurre de manera espontánea y a uno le parece la escucha un choque inmenso.

Pasan casi diez años desde ese barrio demacrado. Uno vuelve a pasear por la muralla y se encuentra una casa con una lámpara de rosas blancas. Casa bien nutrida. Y llega al barrio esperado. Ya no hay prostitutas, hay hoteles, bares y mucha rehabilitación.

Quiero pensar algunas veces en una prosa con carcoma, si es que pudiera existir, y de si admitiría restauración.

domingo, 1 de febrero de 2009

Pedro Delgado Gómez








Esta miscelánea de fotos que presento se explica con una palabra tremendamente acogedora para mí: encuentro. Tenía una ilusión este último sábado de enero. Perdón, teníamos. Pedro me había dado su teléfono, yo le había llamado el viernes por la noche. ¿Mañana a las 10? De acuerdo, en la Plaza de San Juan. Y allí estábamos los dos medio nerviosos, después de habernos correspondido en muchos correos, intercambiándonos canciones de flamenco en lo que hemos dado en llamar nuestra pequeña antología. Y allí estábamos conociéndonos ya medio conocidos, ante varios cafés. Que si mi profesión, que si los niños, que si la escuela, que si aquel gemelo tocaor murió, que si mis vídeos, que si Federico, que si la peña, que si el mundo de los blogs. Pues mira si nos ha servido, Pedro. Ya somos algo más que dos pantallas inquietas a trescientos kilómetros de distancia. Estuvimos recorriendo el silencio de ese Cáceres alto y bello. Me llevaste al aljibe. Luego te daré un poema por haberme llevado hasta allí, hasta el Palacio de las Veletas. Seguimos entre las voces de las piedras hasta dar con esa plaza de los Derechos Humanos, que vaya ironías contiene, prohibido (en bajito te dije el lema francés, 'Prohibido prohibir') y ese escudo que ni siquiera habías reparado hasta ahora, por suerte ya no vuela ese águila. Y allí, en pleno día de bullicio, donde niños y colegios daban alas a la paz en su día. Como tú eres, Pedro, libre, sencillo, acogedor, como un algibe. Gracias por haberte conocido. Te regalo esa bulería de nuestro gran Manolo Franco con título 'Aljibe'.




Algibe

No, no soy un agua encrespada.
Debí caer y quieta me hallo y
del reposo luego daré
una embestida a la boca sedienta,
a la boca que quiera detenerme.