lunes, 28 de septiembre de 2009

Árbol genealógico de la escritura




¡Ay, la escritura!, nuestro andar más torpe de lo andado, de lo que otros han andado, de lo que andarán. Andaba ayer por una chopera y de pronto me puse a escribir a la par de mis pasos, era andar y bajar los ojos a las hojas, ahora que tiemblan las hojas de color, ahora que despiden su última clorofila, ahora que todo el cartonaje de sombra comienza a despedirse, y yo hablándome, escribiéndome, reescribiéndome, facilitando la entrada de un beso, encogiendo lo más posible la muerte
de a quién he querido tanto, abriendo las compuertas -quizás esta palabra ya la han utilizado mucho- del tiempo, denunciando el exceso de silencio y la falta de canto, y si me paraba iba más ligera la escritura, y si escarbaba, ahondaba a mis diez años fugándonos constantemente en el juego, y sí, al final, el paseo, el entorno, el retorno. ¿Y si escribo de verdad? Pues a ello, aunque sea nuestro andar más torpe, nuestro tropiezo asegurado con lo que otros hayan dicho o sentido de forma similar.


jueves, 24 de septiembre de 2009

Estamos suspensos





No había antes camino por el que acceder a las fincas de muchas de las zonas de España, ante todo en La Mancha, que no estuviese flanqueado por almendros. Muchas fincas han recibido el olvido, las casas se han ido deteriorando, las palomas han usurpado todos los rincones de las mismas. ¿Y los almendros? Olvido similar. Éstos aguantan, soportan sequías y, aún así, dan frutos. Muchos se han secado. De otros ya secos han brotado chupones debajo del injerto, cosa que lleva a dar almendras amargas, nada recomendables para la salud y el paladar. Los hay que han muerto bien fallecidos. Pero todos saben, que para éso son sabios, que su savia está cerca de una parada. Saben que el mimo que recibían no volverá, saben que hay alimento de más para el invierno, saben que las almendras las retendrá el suelo. Muerte y tiempo nos califica. Sé que suena duro o a sermón esta frase. Pero desde luego hace tiempo que estamos suspensos.




Duquende canta en el minuto 3'30" ésto:

Ay arbolillo de almendras,
ay arbolito de almendras
que yo por ti planté
y yo soñando con sus frutos me regalé.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Fatigas

Cada día entiendo menos esto que te digo, a ver, amada, explícame sino porqué patinan las abejas en las flores de los romeros del monte. Las he visto tantas veces afanarse en esas flores que tanto te dediqué en miel clavada que no sé ahora de su imposibilidad. Cada día entiendo menos esto que te digo, a ver, amada, cómo sacrifico yo este gran reloj de arena en que te espero cuando un pequeño terroncillo ha echo freno en el embudo, y yo que sopesaba tu espera y tú que girase el reloj que ya vendrías, se detiene el tiempo amada, los granos se estimulan en grumos. Y te beso, sí, lo hago en la distancia. Y antes tiraba una piedra a tu torso de hiedra, una piedra llena de granos de trigo, y al tirarla los pájaros rebotaban su vuelo para especiar al trigo que te habrían de ofrecer. Ahora pían, ¿qué les ocurre, no se mueven? Es igual, te beso sin distancia. Sé que al final haré de ti mi método para no entornarme.

(Disculpad pero antes de escuchar la canción hay un ofrecimiento de cerveza)




Ni el oro ni el diamante
p'a mi tienen valor.
Yo teniendo a mi compañero
me sobra de to.

Desgracia es la mía,
que negra es mi suerte,
que desgracia es la mía,
que negra mi suerte.

Si me viniera, compañero,
temprano la muerte
que ya no hubiese fatigas
tan grandes que pasé
por verte.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Tal cual




-¿Y era aquí donde dice que tanto tocó de joven Aurora?
-Sí. La casa se conserva tal cual, el sonido lo conservo tal cual. Aurora, la araña.

Acérquense. Era en la parte de arriba, encima del pórtico donde tenía su piano. Éramos pequeños. La casa estaba en las afueras. Su padre tenía un negocio de vinos y licores en el pueblo. Rara vez alguien le hacía mención a Aurelio sobre el pasatiempos de su hija. Él así lo consideraba.'Apenas sale de casa, se viste como para conciertos, de negro y alguna vez toca incluso con guantes, es su pasatiempos', dicen que decía. Y sí, Aurora tocaba sin fin. Me atrevo a decir que tejía sin fin sobre el piano. Conocí a Aurora desde la ventana. Lo recuerdo. Íbamos a jugar allí porque tocaba y creo que más tocaba para que jugásemos. Nos miraba, la veíamos alzar las manos enloquecidas y aquello sonaba juguetón, radiante. ¿Cómo no íbamos a jugar allí? Siempre.




La puerta siempre estaba entreabierta. Rodeábamos la casa y nos escondíamos debajo del porche, frente a esa puerta verde oscuro. Un marco de blanca pulcritud y ese verde que daba paso a un frescor de bodega. La música entonces callaba. Jugaba con nosotros. Entonces, para hacernos salir, desaceleraba sus manos y nos mecía. Lo que nos tocaba en esos momentos era una música de hilo fino. Como pequeños títeres salíamos de nuevo del porche para que ella nos viese. Nos sonreía, la sonreíamos, nos sacaba un brazo finamente enguantado para saludarnos, sin dejar de sonar la música, cosa que a nosotros nos parecía asombroso y de gran acrobacia.




Nos íbamos a casa tarareando con los pies la melodía nueva que nos imprimía. Pero allí teníamos el porche y esa puerta entreabierta cada vez más cerca. Rebeldes como éramos, seducidos como estábamos, sabíamos que acabaríamos encima del piano, rodeándola. Esa sonrisa era para tenerla de cerca. Contábamos lo sucedido en nuestras casas y nos decían a todos lo mismo, Aurora, la rara hija de don Aurelio, que como un muerto debía tener la cara, todo el día allí encerrada sobre el piano.




Volvíamos a escondidas. Es cuando la sentíamos más ensimismada sobre el piano. Colocábamos la oreja en la abertura de la puerta. Nosotros entonces no sabíamos lo que quería decir ensimismarse en una cosa. Pero entendíamos bien que debíamos estar callados mientras sonaba aquello. Sarabande, abría abanicos de notas a un aire fresco. Ella no sabía de nosotros en ese momento. Una vez, cuando terminó de tocar, uno de nosotros estornudó. Nos miramos como diciendo, nos ha descubierto. 'Subid', nos dijo. Nos quedamos tiesos. 'Subid', repitió. 'A danzar niños, subid.' Subimos como hipnotizados, pero entonces no creíamos en la hipnosis, nos sentíamos atrapados sin más. Allí estábamos los cinco chavales delante de ese brillo negro, delante de esas manos que subían y bajaban y a la vez nos retenían. La llegamos a poner de mote la araña. Pero ella nunca lo supo, o nadie se lo dijo. Tenía una forma de tocar alzando los codos que nos recordaba a esas arañas de patas finas y largas. Nadie decía ni mu. '¿Jugamos?', nos decía. Y era cuando en un arranque aventado bajábamos de nuevo a la calle.




La casa se conserva tal cual. Lo mismo que la música, que la conservo tal cual. Me imagino que alguno de ustedes habrá ido a los conciertos que ella dio y que tanta fama la asignaron. Aurora la araña. Ahora ya ven. Han pasado tantos años y todo tal cual, la puerta cerrada. Nadie quiere abrir la casa. Hay una leyenda que dice que si alguien intenta abrir la casa por esa cerradura llena de telas de araña dejará de sonar la música. Acérquense, peguen el oído a la puerta.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Dudar si subir o no unas escaleras



Escaleras

Primera versión

Te dije de aquellas escaleras y su retiemblo. Y no era el peso nuestro, ni nuestra apresurada ligazón. Por ellas sabía el incremento de nuestro sexo. Si hubiesen podido hablar, no crujir, al momento nuevo de pisarlas nos hubiesen sobornado con su papel inmediato: ascendernos.


Segunda versión

Te dije de aquellas escaleras y su retiemblo. Y no era el peso nuestro, ni nuestra apresurada ligazón. Por ellas sabía lo que aún nos quedaba. Si hubiesen podido hablar, no crujir, al momento nuevo de pisarlas nos hubiesen sobornado con su papel inmediato: ascendernos.


Tercera versión

Quedarse en el rellano.




Queden aquí estas 'Escaleras' del grupo BALAS DE TALCO.
(Archivo enviado por un amigo especial, Pedro Delgado.)

viernes, 4 de septiembre de 2009

Encarna



Cuando sólo vemos madera en una puerta salimos a flote. ¡La densidad de la madera! ¿Quién no vio un tronco flotar? La puerta de madera vieja encarna vidas. Encarna. Pudo ser ella. Ya sé, verbo encarnar, pero también podría haber dicho encara vidas. Pero digo encarna, algo más relacionado con lo que tenemos debajo de la piel. Ya veis, el lenguaje y sus ringorrangos. Ringorrango, una palabra utilizada por mi padre cuando para acceder a algo costaba lo suyo debido sus laberínticas muestras, sus intríngulis. Pues, retomo, la puerta vieja encarna vidas. ¡Pero ay de la puerta si tiene gateras y otros agujeros! Entonces si que dejamos de nadar, la misma puerta nos agujerea y nos hace, no hundirnos, sí, en cambio, bucear. Cada agujero es oxígeno, es maullido, es una mano que abría sin llave, era una mirada para ver pasar, era entrada de viento. Tantas cosas encarna una puerta así.


El relato que tenéis seguido es de David Valdés Barrios. Amigo de jazz a quien le dedico el tema de Cannonball cuya traducción (me atrevo) sería 'No puedo comenzar'.
Para disfrute de los que aquí venís:


Las puertas crean esa triste ilusión de hacernos creer que hay algo al otro lado. Las puertas son nuestros ojos, que violan el mundo, como repleto de cajitas selladas. No hay otro lado, todo el tiempo es otro lado, todo bajo una misma tela. Ver es disparar contra las cosas, la visión es algo que participa, que construye el mundo, un mundo que es el único de muchos posibles, todos y ninguno me pertenecen. Como conformarse con mirar pudiendo ver.

El polvo de estrella escapa a tu retina, y entonces es el caleidoscopio de impresiones por segundo, el cine de sombras danzando por la esquina, la flor de la luz desnuda de cáscara de nuez. Ver es empezar a no entender, el camino sin camino, el camino que siempre vuelve.

Radiografía de luciérnagas sobre el agua sangrando azul y amarillo, elementos entendidos separados que aparecen fundidos ante la retina como una fiesta de color; del color, a la palabra, de la palabra a la idea y de ahí a la muerte, que es el volver a empezar.

martes, 1 de septiembre de 2009

Maneras de vivir o la flor de la venganza






Orientación de la pared que se muestra: sur.
Vegetación que anida en ella: crasáceas y cáctus.
Localización de la pared: Castelvispal (Teruel).
Nombre de la vegetación: la flor crasácea, ni idea, imaginamos que es crasácea por el tipo de hoja. Hay premio para quien lo adivine; el cactus multiplicado, según la dueña de la pared, cactus de tela de araña (si se amplía la foto se puede adivinar el por qué).

Cuando uno llega a Castelvispal puede asegurarse que el paraíso existe. Pueblo dentro de una olla orográfica en la que lo único que se cuece es una vegetación normal, la que corresponde y, respecto a la que se ha añadido (mejor dicho, la que se añadió) no va más allá de unos frutales, olivos, vides y huertas. Visual y estéticamente es acogedor, perfecto. Encima es íntimo.
Nos detuvimos en esa pared por su tapizado. A alguien se le puede ocurrir que la flor es la de la venganza. No lo creo, para eso están las zanfoñas. Flores y cactus integrados. Nos dijo su dueña que no agreden para nada a la pared pues tienen una raíz muy somera y sólo captan la humedad de la tierra que hay entre las piedras. Bien. Pero, ¿y del entramado de araña que tienen los cactus? No es ninguna enfermedad, es una bella adaptación para protegerse. Ampliad la foto para verla. Desde mi punto de vista, las evoluciones de las plantas (seres vivos en general) no son sino venganzas de vivir, o, como decían los LEÑO, maneras de vivir.(O lo que prefiráis.)