jueves, 5 de noviembre de 2009

Locuras a pie de calle

Me llamo Rosario. Mi vida es homónima, llevo las cuentas con el rigor que exige la espera.
Decir que mi matrimonio es un puto fracaso no lo puedo decir porque ya estaría separada.
No, mi vida conyugal quebró, quiebra.
A los tres meses de casarme planteé la fuga. Mi marido se acababa de convertir en un metrónomo.
A los tres años me dije que qué hacía yo dentro de esa situación (en realidad, para mí, me decía que qué coños hacía yo aguantando a ese tío que quería en exceso).
Llevo treinta años casada y el metrónomo sigue, con oscilaciones de celos.
Trescientos son demasiados, pero espero.




Unha vez tiven un cravo

Unha vez tiven un cravo
cravado no corazón,
i eu non me acordo xa se era aquel cravo
de ouro, de ferro ou de amor.
Soio sei que me fixo un mal tan fondo,
que tanto me atormentóu,
que eu día e noite sin cesar choraba
cal choróu Madalena na Pasión.
“Señor, que todo o podedes
-pedínlle unha vez a Dios-,
dáime valor para arrincar dun golpe
cravo de tal condición”.
E doumo Dios, arrinquéino.
Mais…¿quén pensara…? Despois
xa non sentín máis tormentos
nin soupen qué era delor;
soupen só que non sei qué me faltaba
en donde o cravo faltóu,
e seica..., seica tiven soidades
daquela pena…¡Bon Dios!
Este barro mortal que envolve o esprito
¡quén o entenderá, Señor!…

Rosalía de Castro
(Follas novas, 1880)




Poema de 'A las Orillas del Sar'
Rosalía de Castro

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros:
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
-Ahí va la loca, soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha;
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;
sin ellos, ¿cómo admiraros, ni cómo vivir sin ellos?